24/10/08

Amigas

La amistad entre las mujeres existe pero en los acelerados tiempos que nos toca vivir establecemos nuevas modalidades de relaciones que conservan la esencia de tan preciado tesoro.
Mi amiga Mariann, de Alemania, con Emil.

Por Ivanna Martin

Es común escuchar que una puede tener decenas de conocidas pero amigas, las que se dice amigas, son siempre unas pocas. En mi caso, al menos, esa especie de regla se ha venido cumpliendo al pie de la letra. Mientras mis cinco hermanos cosecharon siempre amigos por docena (lo cual convirtió rápidamente a mi mamá en una resignada pero feliz anfitriona de meriendas multitudinarias, rondas de mate o pizza casera a cualquier hora), yo me rodeaba de unos pocos. Y al día de hoy, sigue siendo así.
Muchas veces anduve buceando en mi interior para deducir el porqué. Me he cuestionado si las escasas amigas que tuve y tengo han sido resultado de mi personalidad -con los defectos incluidos que todas tenemos (ya lo dice un proverbio turco “el que busca un amigo sin defectos se queda sin amigos”)- si son fruto de cierta timidez que aún conservo o si, en última instancia, son un castigo divino porque nunca me gustó tomar mate, el símbolo del compartir casi por excelencia.
De todos modos, por más que me esforcé nunca pude sacar conclusiones en mi contra, pese a que mi profesión de periodista me obliga éticamente a ser objetiva. Siempre terminé pensando que tengo pocas amigas pero buenas, lo cual superó todas las hipótesis negativas que me planteaba. Terminé por aceptar que era mi realidad, y punto. Y que aunque pocas, mis mejores amigas me han llenado el alma de afecto y calor en mis momentos más tristes; y me han hecho reír y volver a reír en mis días luminosos.
Hoy ya no indago en ello. Sí me he ocupado últimamente de reflexionar mucho sobre la amistad en los tiempos que vivimos, en los que andamos a las corridas, con miles de ocupaciones que nos quitan hasta el sueño y que no nos dejan tiempo ni siquiera para visitar a nuestras familias tanto como quisiéramos. Así las cosas, duele advertir que una termina siendo amiga más vía mail, por teléfono o por mensajes de texto que personalmente.
En este contexto ¿hay tiempo para la amistad? ¿qué es ser amigas? ¿podemos contar con ellas? ¿se ha modificado el concepto de amistad o se mantiene adaptándose dificultosamente a estos estrepitosos tiempos? He hablado estos días con varias mujeres sobre el tema. La mayoría coincidimos en que lo que se modifica es la forma, que se traduce en nuevas maneras de relacionarse. Evoluciona la sociedad y, con ella, los conceptos, los códigos que nosotras mismas vamos reorganizando. Es como mezclar la baraja y dar de nuevo. Las cartas son las mismas, siguen ahí. Y aunque en cada partida ocupen un lugar diferente, conservan su significado. No obstante, el divino tesoro, sigue intacto. Dicen que las mujeres no sabemos ser buenas amigas pero estoy convencida de que no es así y que la verdadera amistad es como una savia que nos nutre. Por eso estos días del año en que las reflexiones sobre el tema son casi ineludibles, resultan una buena ocasión para detenernos unos minutos, volver la mirada hacia nosotras mismas y descubrir qué tipo de amiga somos, qué lugar le damos a nuestras amigas, si cumplimos las expectativas que depositan en nosotras, si les decimos suficientemente cuánto significan, si el tiempo que no tenemos para dedicarles es más una percepción que una realidad. Es también buen momento para estrecharlas en un abrazo y decirles cuánto las queremos. En mi caso, este punto se agudiza. Mi puñado de entrañables afectos está bien disperso: Mariann en Alemania, Romina en Israel, Daniela en Buenos Aires. A pocas cuadras de casa tengo a mi querida amiga Luján. Mi mamá y mis hermanas también son mis amigas. Pero ese bello tesoro es algo que forma parte de otra historia.


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