28/6/16

La culpa no es de Messi


Por Ivanna Martin
Twitter: @IvannaMartinTV 

Que sólo importa ser primeros no es una responsabilidad que debamos achacarle a Messi. Realmente muy lindas y acertadas las palabras de la maestra en su carta abierta pero creo que ese punto, específicamente, no es tarea de Lionel.

Es tan exacta la docente cuando define "esa enferma necesidad de tocar siempre de oído (que tenemos los argentinos) de ponernos en jueces insensatos que sentencian con desprecio y arrogancia el desempeño del otro, poniendo con valor sólo las victorias y desmereciendo los errores como fracasos". Ni más ni menos.

Precisamente a partir de allí me atrevo a reflexionar que no es Messi el responsable de enseñarle eso a nuestros niños -que ser los primeros no es lo más importante- sino los adultos padres o madres que les vivimos exigiendo que no fracasen ni fallen en nada, que insultamos cuando algún deportista erra un gol o defenestramos a Messi o a Higuaín delante de nuestros hijos cuando estamos a segundos de perder el primer puesto en una final.
Les enseñamos que sólo importa ser primeros hasta cuando jugamos a las bolitas.
Muy pocos adultos asumen ser segundos con honra y dignidad... como si ser segundos, terceros o cuartos fuese una tragedia.
Les enseñamos que ser los primeros es lo que importa cuando los maltratamos o los castigamos porque en lugar de un excelente traen un bueno o un muy bueno en el boletín.
Les enseñamos que ser los primeros es lo que importa cuando abrimos una profunda grieta entre argentinos -antes o ahora- porque somos incapaces de ver más allá y contribuir por un país mejor al margen de los colores políticos.
También les enseñamos que lo más importante es ser primeros cuando les gritamos y arengamos en un partido de fútbol de un torneo infantil del colegio o del club del barrio exigiéndoles que no fallen como si ellos mismos, nuestros niños, fueran Messi o Ronaldo. Muchos padres maltratan a sus hijos delante de sus compañeros y familiares porque erraron un gol en un partido o porque terminaron de jugar y se comieron una hamburguesa como si se tratase de jugadores de élite.
Esta sociedad enseña que ser los primeros es lo que importa cuando discrimina a los que están fuera de los estereotipos estéticos pretendidos; cuando aísla a las personas con capacidades diferentes; cuando los que dicen "ni una menos" luego ponderan a quienes tienen físicos perfectos en detrimento del resto; cuando enfrenta a gritos o a golpes a un niño porque no alcanzó algún objetivo escolar o deportivo individual; cuando pelea con un docente o le da un cachetazo porque le puso una mala nota o le llamó la atención en clase a un niño; cuando discute o hace bullyng a otro para mostrarse menos débil; cuando un padre separado o una madre separada practica un discurso competitivo y descalifica permanentemente a su ex pareja para fortalecerse ante la mirada de sus hijos; cuando en la cola del peaje la intolerancia termina en caos y un vidrio roto a trompadas; y hasta cuando por ganar tiempo esta sociedad eterniza conductas egoístas como no dar el asiento o ceder un lugar en la cola del súper a una embarazada o a un anciano.
Que ser los primeros es lo que más importa se enseña a diario, en cada actitud por más pequeña que sea. Los niños siempre, absolutamente siempre, nos están mirando. Y al primero que miran no es a Messi sino a los adultos que lo rodean, a quienes comparten con ellos sus despertares y sus juegos.
El niño mira a Messi porque a Messi lo mira el adulto. Ese adulto es quien primero lo elogia, lo consagra héroe, lo pone de ejemplo y se emociona con sus logros para luego un día, en sólo un instante, crucificarlo, insultarlo y condenarlo porque erró un gol.
Estamos plagados de contradicciones y de allí es que entonces la responsabilidad de enseñar que ser los primeros no es lo que más importa en este país no es algo que debamos endilgarle a Messi. No podemos pedirle a un jugador de fútbol que no se rinda porque los héroes también se rinden porque son seres humanos con debilidades como las de todos y a eso también hay que enseñarlo. De otra manera, también caemos en una enorme contradicción.
Exigirles a nuestros pequeños que sean infalibles no es enseñarles a asumir los fracasos como parte de la vida y es tarea nuestra guiarlos en una formación que les permita afrontar las adversidades con entereza. Pedirles que no se rindan jamás también es enseñarles que ser los primeros es lo que más importa. Deberíamos propiciar que sean felices, no importantes. Hay que construir desde el amor. Y el amor auténtico es incondicional, no distingue clases sociales ni límites geográficos y tampoco sabe de primeros puestos, segundos o terceros.